viernes, 1 de diciembre de 2017

El Ceremonioso Ritual de la Reproducción de las Truchas Leonesas.

Como todos los años por estas fechas, miles de pescadores estamos haciendo nuestras particulares previsiones y concibiendo nuestras secretas esperanzas en lo que nos deparará la próxima temporada. Mientras tanto, las pocas truchas salvajes que aún nos quedan, se preparan para el solemne ritual de la reproducción.

Después de meses de asedio y persecución por parte de los apasionados pescadores, las truchas se han ganado un merecido descanso, la "calma" llega de nuevo a los ríos leoneses. Para muchos de nosotros ya ha comenzado los sueños de la próxima temporada, nos dedicaremos a recorrer las zonas trucheras donde en muy poco tiempo las truchas aran acto de presencia en los frezaderos, entonces tendremos que estar muy atentos y vigilantes para que todo el proceso del desove de las truchas transcurra en las mejores condiciones posibles, al menos para que los cormoranes y furtivos tomen nota de nuestra presencia.

Las puras y cristalinas aguas de nuestros ríos y arroyos tributarios, se preparan y se visten de gala para recibir en pocas semanas, el magnífico y solemne ritual de la reproducción, convirtiéndose por unos días en testigos de seduciones y romances, un fascinante episodio del ciclo biológico de nuestras populares "pintonas", la reina del reino de los ríos leoneses, la trucha común, la salmo trutta fario, perteneciente a la familia de los salmónidos y seña de identidad de nuestros ríos, otra de tantas riquezas naturales que atesora esta maravillosa tierra.

El gran instinto de supervivencia con que están dotados estos admirables peces, los hacen celebrar este ritual cada nuevo invierno, solo los ejemplares más fuertes serán capaces de transmitir sus reservas genéticas, es la selección natural.

Llegada de las truchas a los frezaderos. 

Entretanto, el otoño en nuestros ríos es pura armonía y tranquilidad, y las truchas parecen contagiarse de este ritmo de vida. Las riberas poco a poco se van transformando, cambiando el color verde de las hojas de los árboles por tonos amarillos, ocres y vermejos, hasta que se secan y caen al suelo ayudadas por el viento y las primeras lluvias otoñales. La vejetación muda así su vestimenta regalándonos lienzos naturales de belleza insólita.

El suelo agotado y reseco por la insolación del estío y las escasas precipitaciones, cambia su imagen y se transforma en un mullido tapiz con las primeras lluvias otoñales, no se oyen ni las pisadas al caminar, sólo el suave susurro de la corriente quiebra el silencio otoñal de los días calmos, parece ahora un campo lleno de flores saturado de aromas de líquenes y hongos, como si la naturaleza previendo lo que se avecina, nos quisiera agradar con una segunda primavera antes de ponerse el fastuoso vestido de la nostalgia, es uno de los medios de que dispone para hacernos felices, al tiempo que nos prepara admirablemente para el solemne edagio del invierno.

Otoño en el Esla.
Otoño en el Esla. 

Ha llegado el momento de hacer un último acopio de energías, el esfuerzo que las espera no va a ser poca cosa y han de estar pletóricas para cumplir con éxito su objetivo de perpetuar su especie.

Ahora, el nivel de alerta de las "pintonas" es menor que en época de pesca, en estos últimos días del otoño reponen fuerzas con regularidad, de hecho pueden pasarse todo el día alimentándose. Acercarse al río y verlas comer en superficie es todo un espectáculo para la vista, decenas de anillos mágicos dibujan círculos en la superficie del agua, las truchas no se cansan de comer insectos que arrastra la corriente, produciéndose esas ondas que delatan su presencia, dando lugar a uno de los momentos más extraordinarios que se pueden vivir en la pesca con mosca.

Río Porma en otoño. 

Las condiciones ambientales de hoy no son las mismas de hace unas décadas, el aumento progresivo de las temperaturas hace que cada vez nieve menos y los ríos leoneses se resienten de esta realidad. El cambio climático está haciendo que los períodos estivales y otoñales sean cada vez más secos y prolongados, con inviernos más cálidos disminuyendo la frecuencia y amplitud de las crecidas que antaño eran más frecuentes con el deshielo y las lluvias primaverales para limpiar los fondos de los ríos y crear un hábitat ideal para la fauna imbertebrada y la reproducción de las truchas.

En la actualidad existen una gran cantidad de amenazas sobre los ya de por sí frágiles ecosistemas de nuestros ríos: expansión de parásitos, enfermedades que atacan a los peces, colmatación de los fondos etcétera.
Con este progresivo deterioro, las truchas tanto alevines como adultas, tienen menos alimento disponible y menos lugares donde desovar de forma adecuada y segura, lo que se traduce en el envejecimiento y desequilibrio de las poblaciones, aumentando cada temporada el riesgo de que nuestras populares  pintonas salvajes puedan llegar a extinguirse a medio y largo plazo, y da igual que se declare a la trucha especíe de interés preferente.

En nuestro día a día, no nos damos cuenta, pero poco a poco, silenciosamente y de una manera inexorable, estamos destruyendo toda la herencia que nos dejaron nuestros mayores. El falso progreso en el que estamos inmersos nos hace olvidar la obligación de guardar ese legado, y no queremos asumir la necesidad imperiosa que tenemos de proteger nuestro hábitat, nuestros ríos...

Que la pesca de la trucha agoniza, es una dramática realidad. Este bello deporte, arraigado en esta tierra desde hace siglos, y que pertenece a la ocupación más pura de la felicidad humana, se halla a punto del desvanecimiento.
Cada temporada, la escasez de truchas en nuestros ríos leoneses  (salvo tramos repoblados), es más extrema y notoria. Cada vez se hacen mayores esfuerzos y más prohibiciones para contrarrestar esta decadencia: mejores leyes de pesca y mayor rigor en su cumplimiento, creación de tramos sin muerte, vedados, vigilantes de pesca, etcétera, pero con todo ello no se logra contrarrestar el resto del progreso humano, que al ir "humanizando" el planeta desaloja de él la expontaneidad de la Naturaleza.
A duras penas se logra sostener la perduración de nuestra trucha salvaje, solo a costa de mucho dinero invertido en repoblaciones y cortapisas de todo tipo, provocando con esto que la pesca se vuelva en demasía artificial, y perdiendo su más exquisito sabor : el selvatismo bronco de los ríos de antaño y el salvajismo de los peces.

El hombre está condenado a progresar, no puede volver a ninguna edad pasada, está consignado quiera o no, a un futuro que es siempre nuevo y distinto, llamémosle o no progreso, y esto significa que el pescador está condenado si nadie lo remedia a irse de los ríos y de la naturaleza. Queda así reducido el deporte de la pesca de la trucha a las competiciones y poco más, con peces degenerados como lo es el hombre mismo, peces que han perdido mucho de sus instintos, si bien es verdad que a fuerza de tanto maniqueo han depurado otros.

El error de creer que nunca faltarán peces salvajes en nuestros ríos, brota de la misma raiz que sustenta la creencia en que antes había muchos, y también de la falsa idea que se tiene de ellos.
A la trucha salvaje se la imagina dotada de una enorme resistencia biológica, y no es cierto, todos los seres vivos que habitan nuestros cursos fluviales son de una inestabilidad biológica extrema. Cualquier circunstancia desequilibra su estabilidad y la extingue. Por eso su localización ha sido siempre muy circunscrita a condiciones ambientales precisas : pureza, axigenación y temperatura de las aguas, etcétera. Carecen de la fabulosa plasticidad del hombre que le permite adaptarse a todos los medios. 《... "Derramósele la melancolía por el corazón"》, dice Cervantes con precisión clínica de Don Quijote cuando, vencido por el de la Blanca Luna, se le aparece el mundo desteñido y, devilitado los bríos, va a inclinarse hacia la muerte. Pero esa melancolía de nuestro genial atontolinado es tortas y pan en comparación con la melancolía de nuestras "pintonas", que se nos mueren de tristeza apenas se modifica su hábitat. Por eso es casi imposible mantenerlas en estado salvaje.

La realidad es que hoy no pescamos más que unos cuantos "locos", donde solamente la afición y la siempre esperanza de engañar alguna trucha, hacen llevaderos esos casi continuos fracasos, esperando que la providencia se acuerde de nosotros y haga el milagro de que un día, la situación cambie en bien de todos.
La pesca deportiva de la trucha, el único deporte verdaderamente social, el más sano de los ejercicios y el más moral de los placeres, requiere la atención de las administraciones y de los ciudadanos, porque su prosperidad interesa a todas las ramas del comercio, de la industria y del progreso del territorio.

Este panorama de hoy no puede en modo alguno significar desesperanza. Cada hora tiene su afán, como dijo un político de los de antes, y si bien no puede pensarse en que las cosas vuelvan a lo que fueron, pues su momento pasó, hay que tener fe en un porvenir en el cual, quien de ello se encargue, comprenda el interés y la riqueza que la pesca de la trucha representa, y la encauce debidamente, haciéndola resurgir.

Puerto o azud, río Porma.  

La reproducción 

Los bajos niveles de los ríos son ahora el denominador común, tanto los naturales como los regulados por pantanos se encuentran con unos caudales exiguos, en éstas circunstancias apenas pueden esconder sus tesoros, haciendo más visibles y vulnerables las truchas que moran en sus aguas.

Ya desde finales de primavera, tanto machos como hembras comienzan a desarrollar sus órganos sexuales. En esta época que nos encontramos de finales de otoño principios de invierno, las truchas comienzan a reunirse, el instinto de procrear se pone en movimiento para las truchas que han superado la persecución de toda clase de depredadores. Lo normal es que por estas fechas llegen las primeras lluvias que harán aumentar el caudal, el reclamo perfecto para empezar a remontar los ríos que las mostrará el camino a seguir, la vía de acceso a los frezaderos, entonces comenzará el acercamiento a las zonas elegidas para el desove.

Para conseguirlo, las "pintonas" tendrán que realizar largos y complicados desplazamientos en el que encontrarán todo tipo de obtáculos, tanto naturales como artificiales que han de superar, en ocasiones mediante espectaculares saltos que poco o nada tienen en envidiar al de los salmones, otra demostración más de la fuerza y bravura que las caracteriza. Sin embargo, habrá otras barreras infranqueables como los muros de los pantanos y puertos que las impedirán el remonte, teniendo que frezar entonces en lugares inapropiados, o no lo harán, provocando un grave perjuicio para el normal equilibrio de las poblaciones.

Tiempos de amores y cortejos. Los machos buscan ansiosamente a las hembras. 

Los árboles de hoja caduca se aprestan para pasar el frio invierno y se disfrazan de yermos candelabros, indicativo de que el invierno definitivamente ha llegado, y pese al cambio climático y al maltrato que a diario tiene que soportar nuestros ríos, siguen teniendo vida, más vida si cabe que en otras épocas del año, entonces se convierten en testigos de seduciones y romances de machos y hembras que han conseguido llegar a sus destinos.

Tiempo de amores y cortejos 

Diciembre y enero son sinónimos de apareamiento de los salmónidos, las primeras "pintonas" ya se encuentran en sus zonas de desove, en unos casos será en las cabeceras de los ríos y arroyos tributarios, en otros en sus cursos medios y bajos, cauces de montaña y de llanura donde tendrá lugar el ceremonioso ritual de la reproducción de las truchas leonesas.

"Las cristalinas aguas" del Torío, Curueño, Yuso, Bernesga, Dueñas, Luna, Valcarce, Burbia, Tuerto, Omaña, Boeza, Valderaduey, Tremor, Valdesamario, Sil, Eria, Duerna, Isoba, Orza, Cabrera, Cea. Esla, Porma, Sella, Porcos, Ancares, y... tantos otros ríos y arroyos que vertebran esta provincia de norte a sur, y de este a oeste, son todos marcos naturales de belleza incomparable, que nos permiten en estas fechas del año, disfrutar por unos días contemplando el fascinante espectáculo del desove de nuestras truchas.

En estas primeras semanas del invierno, generalmente los ríos no guardan ninguno de sus tesoros, ahora enseñan lo que realmente tienen, algunas truchas bonitas como esmeraldas, en las que sobresalen sus libreas verdosas y amarillentas. Los grandes ejemplares que apenas se dejan ver durante el resto del año, pierden parte de su instinto de protección, aciéndoles más vulnerables a los depredadores, consecuencia del amor ciego a la llamada de la reproducción.
En estas circunstancias de alocamiento se comprende sea mayor la facilidad para el furtivo aproximarse a estos grandes ejemplares, no sólo porque la excitación de su estado les hace perder el recelo innato en ellos, sino porque además, con su gran tamaño delatan su presencia. Por desgracia esta época del desove es vista por algunos sin escrúpulos como una gran ocasión para capturar alguno de estos grandes ejemplares, que rara vez se dejan ver y mucho menos pescar.

Pocos depredadores del río pueden compararse con nuestros furtivos, implacable exterminador de truchas y más difícil de descartar que una plaga de topillos de campo. Personaje muy astuto, conocedor perfectamente del río donde actúa, un ser ingenioso para crear todo tipo de utensilios ilegales para capturar truchas, burlador de la ley y de la vigilancia, y un gran estratega para conseguir su propósito.  "... a su paso camino del río, con ojos remostados de tragar vinazo, con sus alpargatas toscas, cansadas de aplastar la hierba dura y pisar terrones, va con gran esperanza de las nutridas redadas en los frezaderos serenos, de los repletos garlitos en las chorreras luminosas, de las innumerables sorpresas entre los cantos lisos. Lleva la red al hombro, la nasa reseca y panzuda abrazada por la cintura, el garlito de arcos de madera e hilo invisible pendiente de una mano y la cesta en bandolera, a su paso ladran los perros asustados y, cuando llega a su destino, las nutrias, armiñas y ratas abandonan los despojos de sus presas para volver temerosos a sus guaridas".  

Los furtivos del resto del país son unos niños de teta comparados con los nuestros. Es el hombre que al echarse al río tiene recursos para todo, y si la redada con la garrafa en el frezadero ha sido prodiga con algún buen ejemplar entre sus redes, de sus labios se escapa una mueca de cínica satisfacción por el feliz resultado de su azaña. Pero no se altera por la emoción, ni por el ahogo de su esfuerzo, solo piensa en desnucar sus capturas y enrollar la garrafa, le queda aún por registrar las nasas que fabricó el mismo con varas de mimbre y que las colocó estratégicamente en los cañales, a unos metros de los distintos fregones del río.

Se ha llenado la cesta, algunas truchas hincan sus cabezas en la fresca hierba buscando respiro mientras sus elásticos cuerpos se contorsionan ante la falta de oxígeno que las agota, y si alguna extendida yace en el suelo, es porque perdió su vida ya en la húmeda boca del furtivo, que apretó sus agallas con los dientes, no para acortar su agonía, sino para no perderla. Para el es una práctica casi diaria perseguir truchas.

Pesca destructora egercitada por hombres en cuya sangre se mezcla el elemento celtíbero y el árabe, residuo de razas heroicas y decadentes. ¡Que riqueza sería la pesca deportiva de la trucha para un gran pueblo el leonés trabajada con cultura y con amor! Afortunadamente esta escena del furtivo profesional, en la actualidad se ha superado, aunque tal herencia parece que en cierto modo ha pervivido hasta nuestros días a tenor de lo que se escucha de sus correrías, incluso se ha revitalizado con la nueva Ley de Pesca. Ellos saben que no está bien lo que hacen, pero, ¡que reconcho!, para eso prohíbe la nueva ley de pesca de un modo terminante llevarse truchas de los tramos libres.

Pareja de truchas en pleno ritual reproductivo. 

Entretanto, a escasos centímetros de la superficie del agua empiezan a sonar tambores de guerra, se producen las primeras contiendas entre los machos generalmente más numerosos que las hembras, comienza la pugna por ganarse la compañía de la hembra reproductora. Los machos con más posibilidades de aparearse deforman ligeramente sus maxilares inferiores en forma de gancho, el cual emplean como arma de ataque en las disputas con otros machos, no es raro que alguno de los contendientes termine seriamente dañado, con señales de peleas por el cuerpo y cicatrices que atestiguan pasados enfrentamientos. Cicatrices, mordeduras y rasguños es el peaje que tendrán que pagar algunos para determinar la jerarquía genética. Las infecciones pueden encontrar un hogar en estas heridas, y no es raro ver las secuelas en sus cuerpos que en ocasiones pagarán con su propia vida.

Los machos más grandes hacen ostentación de poder, se aproximan unos con otros, hasta que de esta fase ritual pasan a la fase activa, observándose expectaculares persecuciones y continuos enfrentamientos por cubrir la dorada puesta de la hembra. En este escenario, el macho ganador se llevará la gloria, estableciendo así un orden jerárquico. Los ejemplares que no salgan airosos de estos combates y aquellos otros machos denominados "satélites" que durante todo el proceso de apareamiento han permanecido a cierta distancia, esperarán su oprtunidad y cumplirán un importante y necesario papel de actores secundarios.

La dorada puesta de la hembra. 
Las hembras, cuando las circunstancias se lo permitan, buscarán para sus nidos una zona soleada y oculta, de aguas someras poco profundas, de poca corriente pero bien oxigenadas, y suelo de arena salpicado de pequeñas piedras, esto permitirá una correcta filtración del agua en el nido y una adecuada oxigenación de las huevas, siendo la temperatura obtima de la misma entre los cinco y diez grados C.

Estas posibles ubicaciones de los nidos, provocará en muchos casos que los frezaderos estén en zonas potencialmente peligrosas de fácil arrastramiento por aumento repentino del caudal, y constantemente expuestos a las eventuales riadas invernales.

Las hembras presentan entonces su abdomen abultado por el aumento de los ovarios, desarrollando una papila genital muy prominente a la altura del ano por donde expulsará las huevas al exterior.

Las hembras harán todo el trabajo pesado, ellas serán las encargadas de escoger el lugar adecuado para hacer el nido, de hecho son ellas las primeras en remontar el río seguidas de los machos. El roce constante con las piedras y arena del lecho del río, hace mella en sus cuerpos al desaparecer parcialmente la capa protectora, permitiendo a los microbios atacar más fácilmente sus cuerpos, las lesiones más visibles son una vez más las causadas por infecciones bacterianas.

Un manto blanco cubre la dorada puesta de la hembra. 

Una vez elegido el lugar donde harán el nido, las hembras se ponen de costado y mediante enérgicas y rápidas batidas de la aleta caudal, sacuden las pequeñas piedras del lecho del río haciendo una "cama" donde posteriormente depositarán las huevas.

Estas zonas del río denominadas "fregones", quedarán entonces más claras diferenciándose del resto, siendo por tanto fácil localizarlas, especialmente para los astutos depredadores, entre los que destaca el desmán Ibérico, una prodigiosa criatura ligada a nuestros cursos fluviales sin contaminar, capaz de andar bajo el agua y de nadar con suma facilidad.

En los instantes previos a la puesta, la hembra permanece en posición arqueada con su aleta anal apoyada en el lecho, el macho cada cierto tiempo coquetea con ella, se aproxima, y mediante vibraciones de su cuerpo tratará de estimularla, juegos de seduciones que no tardarán en dar sus frutos. El momento cumbre se acerca, ambos ejemplares ponen sus cuerpos paralelos, completamente excitados con sus mandíbulas abiertas, la hembra entonces despide la vida que lleva dentro expulsando parte de las huevas, al tiempo que el macho hace lo propio con el esperma. Un manto blanco cubre el escenario durante unos breves Instantes, un baile nupcial de apenas unos segundos que dará comienzo a una nueva vida, a un nuevo ciclo vital, todo el esfuerzo realizado se resumirá en un efímero momento.

La fecundación sólo podrá ser posible en los segundos posteriores a la puesta. Los actores secundarios atentos en todo momento a los acontecimientos, también acudirán a expulsar el esperma, reclamando así su parte de protagonismo. La puesta de una hembra puede ser cubierta por el esperma de tres o cuatro machos, de esta manera se evita que las huevas queden sin fertilizar ante una posible esterilidad del macho dominante, es la ley de la Naturaleza.

Hembrión saliendo del huevo 
Embrión a punto de salir totalmente del huevo. 

Mediante el mismo sistema con que hizo la "cama", la hembra cubre las huevas para protegerlas de posibles peligros, descansará el tiempo necesario y volverá a repetir el proceso hasta que haya depositado todos los huevos que lleva en su interior. La segunda y sucesivas puestas las hará en nuevos nidos, generalmente delante del primero. Todos estos nidos hechos por una o varias hebras es lo que popularmente se conoce por "frezadero", y este proceso puede durar unos días, con más actividades a partir del mediodía.

Una vez la freza a finalizado, la hembra deja el nido o los nidos, y no se queda para defenderlos de posibles depredadores, abandona el lugar,  mientras los machos permanecen más tiempo, y si tienen la posibilidad frezarán con otras hembras.

Larva con el cuerpo transparente  (filiforme), y el saco vitelino. 

En condiciones normales, las hembras ponen entre mil y dos mil huevos por kilo de peso, pero un elevado número de ellos, al rededor de un noventa por ciento (90%), serán víctimas de crecidas y pasto de distintos depredadores entre ellos las propias truchas, y se estima que sólo el dos por ciento (2%) del resto llegará a su fase adulta.

El potencial reproductivo de una hembra está determinado por el número y calidad de sus huevas, y consecuentemente por el entorno donde vive y se alimenta. Los huevos grandes y sanos producen alevines fuertes que crecen y compiten mejor que otros por la comida y los recursos que ofrece el río.

El desgaste ha sido desmesurado, tanto machos como hembras descansarán tratando de recuperar fuerzas, permaneciendo aletargados pegados a los fondos de los grandes pozos o entre la maleza sin apenas alimentarse, será con la llegada de temperaturas más cálidas cuando aumente de nuevo su actividad.

Alevines pigmentados con restos del vitelo. 

Las pequeñas piedras depositadas por las hembras sobre las huevas, guardan y protegen con mimo una nueva generación de truchas que están a punto de nacer, aproximadamente dos meses dependiendo de la temperatura del agua, eclosionarán los pequeños embriones denominados "larvas". Estas "larvas" tienen un aspecto inicial bien distinto al que adquirirán días después, la cabeza es relativamente gruesa y el cuerpo es filiforme, osea con apariencia de hilo, en el que apenas se ven las aletas que son rudimentarias, y que en el vientre tienen un gran saco vitelino ocupado por un líquido anaranjado que contiene pequeñas gotas de grasa rojizas que son los restos del vitelo del huevo, y que poco a poco son reabsorbidos para atender las primeras necesidades alimentarias.

Estas larvas inicialmente son muy torpes, no nadan, y se mantienen en los lugares de alevinaje en reposo. A medida que transcurren los días, la cabeza se termina de formar, y las aletas están ahora más definidas, se engrosa el cuerpo al mismo tiempo que disminuye la bolsa con el vitelo, se hacen más activas realizando una natación cada vez más perfeccionada, y ya no se agrupan como al principio, al no ser que sean molestadas.

Alevin con algún resto del vitelo. 

Antes de la total reabsorción del vitelo, los alevines están ya muy pigmentados, pierden su transparencia, se oscurecen cada vez más, empiezan a nadar activamente, se disponen ya en contra de las suaves corrientes y buscan la luz. El alevin todavía con algún resto del vitelo tiene un comportamiento dirigido fundamentalmente a la captura de alimento que le ofrece el río, de esta manera es sustituido progresivamente el alimento procedente del saco vitelino.

Ya en la primera semana de haber comenzado la alimentación que les ofrece el río, comienza la ribalidad entre ellos, de tal manera,  que aquellos de mejor aspecto y más vigorosos, ocupan los espacios acuáticos que les ofrecen condiciones más idóneas, como son los que corresponden a las cabeceras de los remansos o entradas de aguas de algún reguero. Por el contrario, los alevines más pequeños y menos formados,  son relegados a los lugares no deseados por los demás, donde el agua suele estar menos oxigenada y más cargada de materiales en suspensión, como en aguas paradas.

Entre unos y otros, el río vuelve a llenarse de nuevas vidas, una nueva generación de truchas que deberán emular a sus progenitores, y tendrán que enfrentarse a todos los peligros que anteriormente sus padres superaron con éxito, deberán ser tan fuertes como ellos, tan listos y astutos como ellos, y tendrán la obligación de dar continuidad a su especie, y nosotros tendremos la obligación de velar porque todo el proceso de la reproducción transcurra en las mejores condiciones posibles con total normalidad, derribando si fuera preciso barreras infranqueables para facilitarlas el remonte, como son los puertos o azudes obsoletos o fuera de servicio, tendremos además la obligación de proteger y cuidar del medio donde viven. Un tesoro natural que estamos obligados a conservar y entregar a las nuevas generaciones futuras.

En tiempos de veda, se puede igualmente disfrutar del río y de las truchas. 

Más allá de su pesca, podemos disfrutar de ellas todo el año, es solo cuestión de cambiar la caña por un bastón. Para el aficionado que no cifre como única emoción la captura y posterior suelta del pez, para el que con ansia desea cada día aprender algo nuevo de las truchas, la época de reproducción es una buena ocasión. Estudiar su comportamiento y necesidades, nos ayudará a conocerlas y comprenderlas mejor, y a respetarlas como se merecen.

En la pesca deportiva de la trucha, (salvo las competiciones), no es el objetivo a mi juicio capturar el mayor número de piezas, aunque por desgracia se dé mucho este tipo de aficionado, que solo busca la cantidad y si además puede, con comodidad y rapidez. Hay otros muchos lances que representan para el verdadero aficionado motivo de diversión, de interés, de aprendizaje y de recuerdos inolvidables, recuerdos que ningún dinero puede comprar, tiempos que han pasado con desolada rapidez, amistades entrañables que han soportado la prueba del tiempo, amaneceres y puestas de sol...

Lances como seguir la reproducción de las truchas, donde el simple hecho de contemplarlas nos hacen olvidar frustraciones y desencantos de temporadas pasadas, y frecuentemente con un remordimiento de conciencia, pensar las matanzas que se hicieron en el pasado y se hacen en el presente de tan bello animal, que en estos frezaderos parece que las puso Dios para recreo de los sentidos.

Es el paisaje, el aislamiento que no la soledad, es la actuación personal, el olor a hierba recién cortada de los verdes prados.  Es el contacto y la convivencia con los demás animales que frecuentan los cursos fluviales, y con la propia Naturaleza de la que tanto se aprende en todo orden de ideas, es el reposo bien ganado después de un día duro de trabajo en que hemos puesto todas nuestras facultades físicas y mentales.

Para llegar a disfrutar de este bello deporte de la pesca, para lograr paladear los mil matices que son motivo de interés y de diversión, para conllevar con estoicismo y sin protesta las penalidades, las adversidades y las frustraciones, tendrás que ir amigo pescador provisto de algo sin lo cual será inútil cuanta buena voluntad pongas por tu parte, ese algo es una simple santa palabra que se llama AFICIÓN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario